De la fiesta de fin de curso del colegio de mi hijo lo que más me gusta es la tradicional carrera de relevos. Representantes de los alumnos más pequeños hasta los mayores que dicen adiós a sus años de colegiales, se disputan por equipos el primer puesto de esta emocionante carrera en la que unos a otros han de ir pasándose el testigo.
Me gusta por el entusiasmo que ponen los chicos en lograr un buen puesto, me gusta por el alboroto que se organiza alrededor, de padres, madres, hermanos, abuelos…novias…¡ todos gritando, todos animando…! me gusta… por lo que significa.
Pasar el testigo al que viene detrás, ceder el puesto al siguiente que llega con fuerza, que pide paso, que quiere seguir la carrera que otros ya han iniciado.
Así deberíamos pasarnos la vida, en una constante carrera de relevos, aprendiendo a medir nuestras fuerzas, dando lo mejor de nosotros mismos mientras podamos y dejando el puesto a otros cuando el cansancio o cualquier otro acontecimiento nos lo pida.
Me gusta porque en los relevos siempre hay uno que” llega” y otro que “sale”, uno que “entrega” y otro que “recibe”, uno que “descansa” y otro que “pone su esfuerzo”. Me gusta porque los relevos es una carrera de equipo, en el que todos son necesarios, en el que unos pueden equilibrar los errores de los otros y en el que hasta el final nada puede darse por perdido.
Lo importante de la carrera es tener algo que portar, algo que llevar entre las manos, para poder ser entregado.
Hoy me pregunto por cuantas cosas recibí y si fui capaz de entregarlo.
Lo bueno del testigo es que siempre puede ser recogido.
Pilar.