jueves, 19 de enero de 2012

RE-CORRIENDO CON EL TIEMPO



Parece que fue ayer cuando llegaba a la residencia de estudiantes de la calle Tutor para seguir con mis estudios en Madrid. 
Salir de casa, dejar a tus padres, lanzarte a la aventura de la gran ciudad… significaba un paso importante hacia  la responsabilidad.
De pronto uno, se encuentra inmerso en un mundo de ruidos, de emociones, de vivencias, donde nuevas amistades surgen sin buscarlas, donde los sentidos se abren a la par que uno  conoce nuevas cosas, donde se añora también, lo que queda atrás, el calor de la casa y los que en ella permanecen.
Parece que fue ayer cuando caminaba a paso rápido por la calle Princesa,  o cuando bajábamos al Parque del Oeste a respirar un poco de aire puro después de horas de encierro delante de los libros.
Parece que fue ayer cuando acepté ser la novia del que hoy en día es mi marido, en un Madrid lluvioso y frío de una tarde de Enero.
Parece que  fue ayer, parece… solo parece.
No nos da  “el tiempo”  opción a detenernos, ni enlentecer el paso y tomar un respiro.   Con marcha atlética avanza y con él nuestra historia sigue su ritmo. Curiosa esta manera de vivir, pegados siempre a un” tiempo” del que no podemos separarnos.
Disfrazado de ayer, de hoy o de mañana,  nos tiene prisioneros.

¡Cuánto vivido juntos.! ¡Cuánto recorrido! Pero no fue ayer, solo lo parece…

                                                                       Pilar.

lunes, 2 de enero de 2012

DE LA MANO...


De la mano, paseamos calle arriba.

Parece que  nos hubiéramos puesto de acuerdo en salir y nos hubiéramos lanzado a la calle todos a una.

Alguien insinuó lo conveniente de estirar las piernas y respirar aire fresco y hemos aceptado la propuesta con agrado.

Disfruto de mi conversación animada y mi paso acompasado a sus pasitos cortos. Caminamos, digo, de la mano, con cuidado de no soltarla y perderla de vista entre la multitud.

Con su media lengua me cuenta historias y pregunta con la curiosidad de un niño que quisiera saberlo todo. Desde su altura, descubre su pequeño mundo, y levanta su mirada hasta encontrarse con la mia.

Me pregunto cómo se verá la vida desde abajo, cómo debe sentirse uno entre las piernas de los adultos que te aprisionan al hacerse hueco en el ascensor y siento cierto agobio al intentar ponerme a su altura. La descubro sencilla y humilde  porque en su percepción  no existen miradas altaneras, porque depender de la ayuda de los demás no le acompleja, ni humilla.  Porque el mirar hacia arriba le hace crecer en deseos de llegar más alto y porque acepta su pequeñez, como algo suyo, como el arma que le hace saberse querida  y mimada.

En mi fuero interno desearía que los segundos duraran minutos y las horas se prolongaran y el tiempo se estirara como una goma elástica para así poder disfrutar más de la inocencia de los primeros años.

Ya no habrá un quinto.

Cuatro hijos, ésta es mi aportación, ¡no está mal!, aunque la decisión de no aumentar el número viniera algo forzada.

Ojalá existiera la posibilidad de tener siempre un pequeño en nuestras casas para que el espíritu jóven se mantuviese siempre vivo. Hay  quienes dicen que los hijos  rejuvenecen, yo, tanto, no diría, pero sí coincido en que vivir con niños pequeños le obliga a  uno a mantener la ilusión por hacerle descubrir el  mundo que tiene por delante.  Aún seguimos  con las tareas pendientes de enseñar a montar en bicicleta, lanzarnos sin  manguitos a la piscina y… (lo que peor llevamos) ver hasta la saciedad los animados dibujos de Bob esponja.


De la mano, paseamos calle abajo, de regreso a casa.

                    Pilar