El calor de estas últimas noches, al menos en esta gran ciudad donde vivo, “evapora” mi facilidad para dormir a pierna suelta y está convirtiéndome en ave nocturna que aprovecha la oscuridad en lugar de la luz del día.
En realidad, yo no he cambiado una por otra, simplemente, he aumentado mis horas de vigilia, traspasando esa barrera a partir de la cual, ya dejaba de ser persona.
Los primeros días, me resistía a levantarme, no sé si por miedo al silencio de la casa o por falta de costumbre pero una vez superado esos inconvenientes, ahora “ pululo” por la casa como un fantasma en zapatillas de verano.
He hecho sorprendentes descubrimientos.
Ahora sé que mis vecinos de calle, son grandes trasnochadores, que los pájaros amanecen muy temprano, que el camión de la basura no tiene una hora fija para pasar delante de mi puerta, que mis hijos se dejan encendida la luz del pasillo varias veces en semana, que Beatriz, mi pequeña de tres años, se voltea en la cama cómo un acróbata de circo e incluso aterriza en el suelo, rompiendo en un sonoro llanto, que el resto de sus hermanos disimulan no escuchar o…¿ verdaderamente duermen profundamente?
He descubierto también, que muchos pasan largas horas de la noche, sentados frente al ordenador, no sé si desarrollando la inspiración que facilita la ausencia de ruidos y distracciones o indagando por la web cualquier otro asunto de su interés, pero,… ciertamente, se trabaja mejor de noche.
Yo tengo sin embargo un serio inconveniente a la hora de practicar esta nueva forma de vida, que se llama mal humor, cuando sale el sol.
Como experiencia, está muy bien, pero habría que preguntarles a mis “seres queridos” si están contentos con mis nuevos hábitos.
Buenos días, empieza a amanecer.